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Mario Diament

Mario Diament: "Sin pretender ofrecer una solución, Tierra del Fuego enuncia un camino"

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Por Álvaro Vicente

 

Hombre de teatro y hombre de periodismo, Tierra del fuego combina a la perfección las dos pasiones de Mario Diament, dramaturgo argentino, además de periodista, nacido en Buenos Aires en abril de 1942. En la actualidad reside en Miami (EEUU). Además de escribir cuentos, novela y ensayos como Conversaciones con un judío, es autor de piezas teatrales como Crónica de un secuestro, El invitado, Esquirlas, Cita a ciegas o Guayaquil: una historia de amor. También fue guionista de ¿Qué es el otoño?, película protagonizada por Alfredo Alcón en 1976. Como periodista, cubrió la Guerra del Yom Kippur (1973) entre árabes e israelíes para La Opinión (como soldado vivió la de los 6 días) y tras su paso por medios como El cronista o la revista Expreso, ha estado vinculado a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Florida y ha sido columnista del periódico La Nación.

Tierra del fuego se estrenó en 2013 en Argentina en la sala El Tinglado, con dirección de Daniel Marcove y protagonismo de Alejandra Darín. Allí sigue en cartel, los lunes. A partir del 21 de abril estará en Madrid, en las naves del Español en Matadero.

 

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Lo primero, saber qué te ha parecido la puesta en escena de Claudio Tolcachir que pudiste ver en Sevilla...

El trabajo de Claudio me pareció deslumbrante. En especial, teniendo en cuenta que no tenía la menor idea de lo que se proponía hacer hasta que vi la primera función en Sevilla. Es una puesta cargada de significados que, sospecho, requiere verla más de una vez para apreciar todo su poder y todas sus sutilezas.

 

¿Qué te llevas de la experiencia del estreno en Sevilla?

La maravillosa respuesta del público. La visión de la sala toda de pie, aplaudiendo y algunos ojos enrojecidos de emoción. La conversación con el público al final de la primera función también fue muy interesante. Porque estamos hablando de un conflicto que, aunque está presente todos los días en la prensa, objetivamente no toca a este público de cerca. Y sin embargo, creo que mi intención de que esta obra, aunque centrada en el conflicto palestino-israelí, adquiriera una proyección universal, se cumplió absolutamente.

 

Me interesa mucho saber por qué un creador afronta una creación determinada en un momento y un lugar determinados. No parece difícil encontrar razones en el exterior para contextualizar la decisión de escribir una obra como Tierra del Fuego, pero ¿qué razones interiores, profundas, te impulsan a afrontar esta idea y plasmarla en este texto?

Podría mencionar una variedad de razones. Soy judío, soy periodista, tengo preocupaciones humanistas, conozco la región y a su gente. Pero creo que lo que dispara la creación es un encuentro con una historia, que es como un encuentro amoroso. La historia te seduce, como una mujer, y uno no puede resistir la tentación de conocerla, de explorarla, de hacerla suya.

 

¿Te costó mucho encontrar una forma teatral para contar esta historia?

No particularmente. Creo que la estructura se me apareció junto con la historia. Debía ser una única conversación perforada por hechos del pasado y del futuro, como sucede con la memoria.

 

¿Qué implica trabajar con un material que proviene de la realidad? Supongo que Yulie Cohen conoce la existencia de esta obra, ¿qué le pareció, tanto la idea de llevarla a cabo como la obra en sí?

Bueno, aquí se da la simbiosis entre el periodista y el dramaturgo. Y yo he sido ambos durante gran parte de mi vida. La historia, la trama, proviene de la realidad, pero lo que sucede, lo que se dice, es de mi propia imaginación. Yo no conocía a Yulie Cohen. Cuando terminé de escribir Tierra del fuego y despúes de tener una versión en inglés, la busqué por Facebook y se la envié. Me respondió que le había gustado mucho y esto, para mí, fue un gran alivio, porque al menos me daba la certeza de que no estaba demasiado lejos de lo que en verdad había sucedido.

 

¿En cuántos países y con qué repercusión se está haciendo la obra ahora mismo?

Tierra del fuego se estrenó en Estocolmo, en una versión sueca. El mismo año, un director amigo mío la presentó en Asunción. Al año siguiente se estrenó en Buenos Aires, en el Teatro El Tinglado, que es un poco como mi casa, donde acaba de comenzar su cuarta temporada. Se presentó en Montevideo, por el legendario teatro El Galpón y más tarde en Londres, en Miami y en Nueva York. La obra recibió los principales premios teatrales de la Argentina y otro tanto sucedió con el elenco y el director. El texto se publicó en la Argentina, en Alemania y en Israel.

 

¿Te has encontrado rechazos frontales o reacciones vehementes ante la obra?

Naturalmente. Me hubiera sentido muy desconcertado de no haber sido así. Walter Lippman decía del periodismo que si no hacemos olas no estamos haciendo nuestro trabajo y yo creo que lo mismo puede decirse del teatro. Es una obra que obliga a confrontar verdades muy dolorosas de ambos lados y es natural que alguna gente lo tome de una manera muy personal. Pero debo decir, un poco para mi asombro, que la gran mayoría, se trate de judíos, árabes o público general, reacciona de una manera conmovedora y, en este sentido, creo que la obra cumple su cometido, que es el de provocar reflexión, diálogo, conversación.

 

¿Cuál ha sido tu relación personal con Israel? ¿En qué punto se encuentra ahora, a tu juicio, como país y como cultura?

La creación del Estado de Israel ha sido, para mí, uno de los hitos históricos más importantes de la historia contemporánea, llegando, como llegó, apenas tres años de finalizada la Segunda Guerra Mundial, donde un tercio de la población judía del mundo fue eliminada de la manera más brutal y perversa. Pero una cosa es la existencia del Estado de Israel y otra es la ocupación. La ocupación le hace tanto daño a los palestinos como a los israelíes y desnuda la mediocridad y la corrupción de la dirigencia de ambos lados. Son incapaces de quebrar el círculo vicioso de violencia y apelan a la propaganda más distorsionada y desfachatada para defender su inacción.

 

También eres periodista y le pregunto al periodista ahora: ¿qué responsabilidad tienen los medios de comunicación de que la percepción que tenemos la mayoría sobre la cuestión palestina es un callejón sin salida? Sobre todo por el hecho de poner el foco en todo lo negativo y obviar hablar de los movimientos por la paz.

Frente a conflictos que provocan grandes catástrofes humanas, la superficialidad y la ignorancia pueden ser muy peligrosas, y yo creo que gran parte de los medios de la prensa, a lo que hoy se suman los medios sociales, adolecen de ambas. Yo comprendo que los medios de prensa son emprendimientos económicos, tan dependientes de la rentabilidad económica como un almacén. Y sé también que un título dramático o una fotografía truculenta tienen un indudable poder de venta. Pero la prensa, tanto como la medicina, tiene una responsabilidad social que no puede sacrificarse en nombre de las ganancias. Desafortunadamente, esto sucede con más frecuencia de lo deseable. Y la ignorancia, la falta de preparación de muchos periodistas abona la confusión. En el conflicto del Oriente Medio sucede mucho más de lo que aparece en la prensa. Hay una variedad de agrupaciones palestino-israelíes que trabajan en común por la paz. Hay organizaciones de soldados y veteranos de guerra israelíes que desafían y denuncian las acciones del Ejército en los territorios ocupados. Toda esta gente necesita apoyo y no lo obtiene porque el resto del mundo se limita a los estereotipos.

 

¿Qué puede aportar el teatro para cambiar las cosas? ¿Forma parte de su esencia cambiarlas o sólo con ser reflejo de lo que ocurre le basta para ganarse la transcendentalidad?

Algunas obras de teatro han sido generadoras de cambio. Estoy pensando en Las bodas de Fígaro, en Casa de muñecas, en Despertar de primavera. Modificaron percepciones existentes y abrieron espacios de diálogo que, eventualmente, resultaron en cambios sociales. El Vicario, de Rolf Hochhuth, obligó a reexaminar el comportamiento del Vaticano durante el nazismo. Otras obras tienen menos impacto inmediato pero, muchas veces, plantan semillas que con el tiempo habrán de germinar.

 

Naciste en un país donde hay una gran comunidad judía y donde fueron a refugiarse muchos nazis. Un país que vivió el horror de su dictadura militar. Un país que ha sido víctima de sus propios gobernantes, como tantos. Ahora resides en otro país donde un candidato como Donald Trump campa a sus anchas con su discurso incendiario. Y en Europa, ya ves lo que está pasando... ¿no aprendemos?

La historia tiende a repetirse, pero nunca es igual. La ambición de poder, de dinero, de posesión es tan intrínseca a la condición humana, que si no lo fuera, Shakespeare no hubiera tenido sobre qué escribir. Pero al mismo tiempo que estas fuerzas perversas renacen y se diseminan y que la estupidez de las masas lo posibilita, también surgen otras fuerzas y otras conciencias que eventualmente impiden su proliferación. Basta observar el caso de Alemania, que después de haber sido el país mas xenófobo de la historia, se ha convertido en el líder en la absorción de los refugiados sirios. En este sentido, pienso que Tierra del fuego, sin pretender ofrecer una solución, enuncia un camino. Parecerá paradójico, pero la paz requiere mucho más coraje que la guerra.